Responsabilidad afectiva desde la  infancia:

¿Es posible enseñar desde la infancia a construir relaciones sanas, conscientes y empáticas? En el enfoque educativo Montessori, la respuesta es un rotundo sí.

  • Paulina Bobadilla, Guía y Directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay, referente  en  la educación Montessori  a  nivel nacional, explica cómo este enfoque favorece un desarrollo emocional profundo y duradero, y qué pueden hacer las familias para reforzar lo aprendido  desde el hogar.

La responsabilidad afectiva —esa capacidad de reconocer nuestras emociones, respetar las de otros y hacernos cargo del impacto que generamos— no se improvisa en la adultez. Se cultiva desde los primeros años de vida, con prácticas cotidianas y entornos respetuosos que promuevan el autoconocimiento, la empatía y la resolución pacífica de los conflictos.

En el aula Montessori, la educación emocional no es una asignatura aparte. Se vive en cada rincón del espacio, en cada gesto del adulto, en cada elección que realiza el niño. “Cultivar la responsabilidad afectiva desde edades tempranas implica mucho más que enseñar modales”, señala Paulina Bobadilla, Guía y Directora de Casa de los Niños del Colegio Epullay. “Significa entregar herramientas reales para que los niños aprendan a reconocer lo que sienten, a expresarlo de manera respetuosa y a hacerse cargo de sus actos con empatía”,  agrega.

Según explica  la profesional, este proceso se construye sobre siete pilares fundamentales:

  1. Ambiente preparado emocionalmente: el aula está diseñada para ofrecer orden, tranquilidad y seguridad. Todo en el espacio invita a la calma y al respeto por el otro.

  2. Modelamiento del adulto: la guía Montessori no impone, acompaña. Habla con respeto, valida emociones y modela cómo resolver conflictos sin agresión.

  3. Lenguaje emocional desde pequeños: se enseña a identificar y nombrar las emociones con frases como: “Parece que estás frustrado. ¿Quieres que te ayude?”. Esa alfabetización emocional es la base de toda relación sana.

  4. Resolución pacífica de conflictos: herramientas como la “mesa de la paz” permiten a los niños expresar lo que sienten, escuchar al otro y encontrar soluciones juntos.

  5. Libertad con responsabilidad: los niños eligen en libertad, pero dentro de límites claros, aprendiendo a respetar a los demás y a sí mismos.

  6. Materiales de vida práctica: al lavar una mesa o servir agua a otro, los niños ejercitan la empatía, la paciencia y el servicio.

  7. Narraciones con enfoque emocional: los cuentos ayudan a reflexionar sobre lo que sienten los personajes y, por ende, lo que sienten los demás.

Empatía, autorregulación y cuidado del otro: prácticas cotidianas que transforman

Más allá de los principios, lo valioso del método Montessori son sus prácticas concretas. Las llamadas “lecciones de gracia y cortesía”, por ejemplo, enseñan desde cómo pedir permiso hasta cómo consolar a un compañero. Actividades como cuidar una planta o trabajar en silencio mientras otro se concentra enseñan respeto, contención y conciencia del otro.

“El trabajo en silencio, por ejemplo, es muy potente”, explica Paulina. “El niño aprende que su libertad termina donde empieza la del otro. Que puede observar sin interrumpir. Que su presencia también comunica algo”, enfatiza.

Estas experiencias crean una comunidad donde se coopera más que competir. Donde las relaciones se basan en el respeto y no en la imposición. Donde se aprende que reparar es más valioso que castigar.

Del aula a la vida: un impacto que perdura en la adultez

Lo que los niños viven en sus primeros años marca profundamente la forma en que se relacionarán en la adultez. Paulina lo ha visto a lo largo de su carrera: “Los ex alumnos Montessori que he seguido en el tiempo muestran una sorprendente capacidad para autorregularse, dialogar, liderar desde la empatía y sostener vínculos sanos. No es magia, es experiencia emocional bien guiada desde temprano”, señala.

Ese aprendizaje se traduce en adultos con:

  • Mayor tolerancia a la frustración y manejo del estrés.

  • Capacidad para construir vínculos afectivos sanos.

  • Sentido de comunidad y ética del cuidado.

  • Seguridad interna y autoestima sólida.

  • Habilidades de resolución pacífica de conflictos.

En palabras simples: adultos emocionalmente responsables, empáticos y conscientes del impacto que tienen en otros.

El rol de las familias: coherencia emocional también en casa

La responsabilidad afectiva no termina en el colegio. Para que se sostenga en el tiempo, es fundamental que el hogar refuerce lo aprendido. Y eso no implica replicar el método Montessori al pie de la letra, sino comprender su espíritu.

Para ello, la profesional entrega recomendaciones concretas para acompañar este desarrollo desde la casa:

  • Validar las emociones sin juzgar: frases como “Entiendo que estés enojado” ayudan a que el niño se sienta comprendido.

  • Modelar una comunicación afectiva: hablar con respeto incluso cuando se pone un límite.

  • Reparar en vez de castigar: enfocar las consecuencias en la acción y no en la identidad del niño.

  • Crear espacios seguros para hablar: tener momentos de conversación tranquilos, sin pantallas ni interrupciones.

  • Fomentar la autonomía emocional: permitir que el niño decida si necesita un abrazo o un espacio para calmarse.

  • Involucrarlos en gestos de cuidado cotidiano: preparar algo para otro, cuidar una planta, consolar a alguien.

  • Evitar etiquetas y comparaciones: centrarse en las conductas, no en poner nombres que definan al niño.

“La coherencia entre hogar y colegio es fundamental”, enfatiza Paulina. “Cuando el niño ve que en ambos espacios se validan sus emociones, se le escucha y se le invita a reparar, va integrando de forma natural lo que es ser afectivamente responsable”, concluye.

Para más información:www.epullay.cl

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