El fin de año encontró al transporte marítimo haciendo lo que mejor sabe cuando el mercado se enfría: apagar motores selectivamente. La cancelación del 9% de los zarpes globales no es un accidente ni una crisis coyuntural; es una señal clara de ajuste fino en un sistema sobredimensionado. Menor demanda, exceso de capacidad y shocks climáticos están forzando a las navieras a administrar escasez para sostener tarifas. Los blank sailings ya no son una medida defensiva: son política operativa.

Lo interesante no es el volumen cancelado, sino dónde ocurre. El Transpacífico concentra la mitad de los recortes, justo el termómetro más sensible del comercio global. Mientras tanto, las tarifas spot rebotan con fragilidad, atrapadas entre intentos de disciplina y una capacidad estructuralmente alta. El mensaje es incómodo pero nítido: el mercado está aprendiendo a caminar con el freno puesto. Y lo hace en medio de nuevas variables duras –clima, ETS, Suez– que ya no son excepciones, sino parte del tablero.

Para los dueños de carga, la lección es brutalmente práctica: la planificación rígida murió. Flexibilidad, visibilidad en tiempo real y lectura temprana de señales dejaron de ser ventajas competitivas; son condiciones de supervivencia. El shipping entra a 2026 como un sistema nervioso expuesto: cualquier estímulo mal leído genera espasmos. En este nuevo equilibrio inestable, gana quien entiende que la confiabilidad ya no se promete, se diseña.

Gabriel Gurovich

Chief Evangelist Officer KLog.co

 

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