Durante el más reciente debate presidencial, un candidato sorprendió al abordar un tema que hasta hace poco permanecía fuera del radar público: la baja natalidad y su atribución exclusiva a las mujeres. “No siempre es culpa de ellas”, afirmó, abriendo una conversación urgente sobre la corresponsabilidad reproductiva entre hombres y mujeres. Sin embargo, en Chile, la equidad en esta materia sigue siendo una deuda pendiente.

Según datos del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS), las vasectomías aumentaron casi un 900% en la última década, pasando de 963 en 2014 a más de 8.600 en 2024. Aunque este crecimiento podría parecer alentador, una reciente investigación sugiere que las implicancias socioculturales del fenómeno son más complejas de lo que aparentan.

El estudio Gender Privilege and Vasectomy Experiences of Childless Men in Chile, de Martina Yopo Díaz y Loreto Watkins (2025), publicado en Gender & Society, profundiza en las motivaciones y discursos de hombres chilenos sin hijos que optaron por la vasectomía. A través de 20 entrevistas cualitativas semiestructuradas, las autoras analizan cómo estos hombres rechazan, reproducen y refuerzan el privilegio de género al asumir control sobre su capacidad reproductiva.

Por una parte, la vasectomía puede interpretarse como un acto que desafía la masculinidad hegemónica —aquella que asocia virilidad con fertilidad y paternidad— al promover una mayor implicación masculina en la planificación familiar. Por otra, muchos de los entrevistados reproducen, consciente o inconscientemente, lógicas tradicionales de poder: reciben menos cuestionamientos que las mujeres por optar a la esterilización, son elogiados por “asumir responsabilidad” y obtienen reconocimiento social por decisiones que, en mujeres, suelen ser criticadas.

La investigación revela la emergencia de masculinidades híbridas que, si bien promueven cierta equidad, perpetúan formas estructurales de privilegio. Como advierten Yopo Díaz y Watkins (2025): “A través de la vasectomía, los hombres también refuerzan rasgos tradicionales de la masculinidad, como su derecho al placer sexual y al control sobre la concepción, mientras disfrutan de los beneficios de su posición de género estructuralmente ventajosa”.

Este hallazgo nos invita a una reflexión crítica: ¿es posible avanzar hacia una verdadera corresponsabilidad si no cuestionamos las bases simbólicas del privilegio masculino? Lo que a veces se presenta como progreso puede, en silencio, reproducir desigualdades históricas.

Aunque la vasectomía es un método eficaz, seguro y cada vez más accesible —como destacan diversas campañas en el sistema público y privado de salud—, no basta con celebrarla como una “decisión responsable” sin examinar sus implicancias de género.

La equidad reproductiva exige más que acceso técnico. Requiere transformar imaginarios sociales que siguen ubicando a las mujeres como únicas responsables de la anticoncepción. La corresponsabilidad no se mide en números: se construye con justicia, diálogo y transformación cultural.

Y si de verdad queremos mejorar las tasas de natalidad, debemos mirar más allá del discurso y preguntarnos: ¿qué condiciones reales ofrece Chile para gestar, parir y criar?, ¿cuánto tiempo dedicamos a nuestras familias?, ¿dónde dormirán nuestros hijos?, ¿a qué escuela podrán asistir?, ¿tendrán acceso a salud y empleo? o ¿qué futuro les espera?

Hoy, esas preguntas generan más incertidumbres que certezas. Mientras no contemos con un entorno seguro, justo y digno —en lo ambiental, económico, habitacional y educativo— no sabremos si las nuevas generaciones no quieren tener hijos o si simplemente no les estamos dando la oportunidad real de elegir.

 

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